domingo, 5 de marzo de 2017

El cliente siempre tiene la razón

"Llegados a este punto nos es necesario reflexionar sobre ciertas costumbres de la Historia. La razón en aquel alumbramiento protointernacionalista de los siglos ilustrados, con toda su quimérica fabulación sin tierra alguna en los zapatos, fue una depuración de razones con meta en un sentido común -common sense- que fuese algo más conciliador que las guerras religiosas de los siglos anteriores. Decíamos, la Historia tiene por costumbre ciertos deslizamientos -interesados- en sus vestidos. Y lo que en un punto pudo ser razón abierta de superación en el siguiente fue razón instrumental de superioridad. No venimos aquí a descubrir la rápida y consabida degeneración de los pensamientos ni la absurdidad de que mientras imaginamos diamantes en la cabeza tengamos piedras en las manos. Perversión habitual, por otra parte, cuando se trasladan los pensamientos nobles a su empresa y corrupción propia sobre todo de enloquecidos, de políticos ignorantes y de sus parientes medradores. Así dicho y puestos a buscar razones, seguramente nos perdamos. Del mismo modo que el cuchillo que cocina y alimenta puede convertirse en un puñal, puede suceder que las buenas intenciones acaben expiando sus utopías en el infierno. Cristo, todo un dios, se tomó sus tres días para poder rescatarlas a todas.
El progreso, la fisiocracia, la tecnología han sido las enseñas de esta nuestra segunda Historia que ha acabado por reducir su efectividad al punto líquido y mínimo en el que confluyen la nanotecnología y el placer, olvidando por completo el resto de elementos promisorios que le venían aparejados a la Modernidad, tal vez postergando en su constitutiva procrastinación la resolución de los conflictos y las diferencias cada vez mayores entre nosotros, tal vez pensando, ingenuamente, que estas habrían de resolverse de la misma manera en que la velocidad ha resuelto las diferencias del espacio y del tiempo. Quizás sea porque la distancia entre nosotros no se mide en horas o kilómetros por segundo. A lo mejor hay otra magnitud, no lo sabemos. Dólares acaso. Y sin embargo, dos personas juntas en un tren de alta velocidad o incluso en la misma cama pueden estar entre sí a miles de mundos de distancia. Y dos personas que jamás se conocieron pueden haber comulgado las mismas ideas a pesar de todo.
Leíamos hace poco una de estas frases náufragas recogidas por la red -"Internet iba a ser la puerta para acabar con la ignorancia, pero es la ventana por la que se asoman los idiotas"- que estimula a pensar aún sobre la vigencia de la máxima kantiana. Por eso decíamos en otra parte que lo que ha existido es sed de modernidad y no modernidad liberadora en sí, la enunciada en los idealismos de nuestros orígenes y que se ha deslizado hacia enunciaciones malentendidas y oportunas. Por eso decimos que no es un criterio de razón el éxito en tantas de las variadas formas en que se muestra hoy día. No tiene sentido -común- que quien halló la fama hace treinta años venga a las generaciones nuevas a explicar su camino punto por punto, ni lo tiene más quien gozando de casualidades y condiciones inconfesas se exhiba como dechado de razón y buen hacer para la pluralidad que lo observa a través de la ventana. Si en algo se matiza la razón de nuestra época, es que hoy el sentido común cotiza en bolsa.
Decía un famoso humorista que el hecho de sentirse ofendido no implica llevar razón. Y es que la razón tampoco establece un correlato necesario con quienes han resultado víctimas de la Historia. Las víctimas requieren justicia, que no es venganza, y restitución, que no es reparación, porque por desgracias la historia ni se corrige ni se revierte. No faltarán los necios que busquen con luz pobre en las cavernas de la Historia las justificaciones para sí mismos y para los que quieran escucharlos, pero mucho nos tememos que aunque la razón pueda vislumbrarse en los libros de Historia, estos no enseñan razones para cada quién. Las desigualdades, como injusticias que son y que promueven, exigen soluciones, pero quienes las padecen no pueden arrogarse las licencias y legitimidades que no concederían a nadie. No es menos cierto que muchos de los discursos de emancipación actuales son fragmentos de un discurso original pobremente realizado históricamente. He aquí otro de los peligrosos deslizamientos de la razón que comentábamos y que a fuer de dividirse se hace más vencido.
Pero tampoco nos pongamos estupendos. Razón no ha habido una, sino muchas razones. No sea que por buscar una razón original descubramos que toda la Historia es un gran error. No sea que por descubrir nosotros ahora la razón primordial condenemos a nuestros hijos a estar equivocados. Cada individuo y cada momento tienen sus razones. Por ejemplo, los Derechos Humanos son razones. Que hayamos tardado 5.000 años en redactarlos sólo indica que nos hacen falta otros 5.000 más para cumplirlos.
La razón tiene además algunos beneficios. Es de las pocas cosas que la gente no está dispuesta a robarte. Habrá quienes te martiricen y hasta te maten por llevar tú solo la razón que los demás no tienen y, si has sabido morir en condiciones, habrá quienes te canonicen como mártir o incluso como santo, pero en cualquier caso habrás muerto con la seguridad de que nadie te robará tus razones. Ya es algo más que el oro de los faraones. Si en algo tiene la razón raíces con la sabiduría que puede tener cualquier persona más allá de sus contingencias, es porque la razón -el sentido común, los dos dedos de frente- tiene menos que ver con el cofre de un avaro que con las ramas de un árbol bien cultivado. Veinte años de estudio no hacen al sensato, ni mucho menos al honrado. Si acaso, lo hacen más refinado al hablar. La razón puede ser tan democrática como la lengua con la que hablamos. No hay aristocracia en el sentido común. El mismo es para el niño que con su lógica sencilla asombra al padre como para el condenado que se sabe inocente. Uno puede gozar de la sensatez de llevar razón a pesar de tener el bolsillo vacío. El peligro es que se llame "común" a lo que no lo es, del mismo modo que nosotros hemos llamado aquí "razón" a lo que no lo ha sido".

("Dios nos salve de pensar igual. Dios nos guarde al escribir juntos", José María Novall, Isaias G. Gellen, 2016, pp. 137-39).

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