miércoles, 15 de febrero de 2017

Carta a quien me escribe

Querida Belén, 

      Es tan difícil ser escritor cuando todo el mundo escribe y la amistad ha sido siempre un objeto tan frágil y escondido, sujeto al rumbo de tantas encrucijadas y vicisitudes, que se me presenta ahora como un honorable desafío la ocasión de que te escriba como escritor lo mismo que un amigo. Pero porque no queden sin respuesta tus palabras, cariñosas y sentidas ya para el tesoro de lo mío, y porque ellas no parezcan aquí, ante la publicidad de tantos, el volunto caprichoso de un día cualquiera o impostura de un entusiasmo juvenil, sino que por demostrar su hontanar sincero te escribiré lo mejor que sepa lo que ya sabemos.
      Rescatas una fecha. Si te convenzo, olvídala luego. Entre mis versos preferidos, unos de tantos que ya te he compartido, tiene un altar aquel de... Bueno, digamos el pecado y dejemos en su paz al pecador:
la fuente serena,
borrada la historia,
contaba la pena.

      Como quiera que los poemas son hogares con varias puertas, este era para mí una humilde lección de cuanto se acrisola con su tiempo. Era para mí la metáfora de un surtidor de agua perpetua y renovada en la que se dibujasen nuestras leyendas desnudas de sus contingencias, de la misma manera en que el sueño limpia de rencores los rostros infantiles. Aniversarios, conmemoraciones, números, historia los construyen quienes buscan rendir cuentas, quienes no saben cómo salvarse de una fundación. No nos debamos nosotros a un principio. Si bien lo miras, todos los libros del mundo, a ti para quien tanto significan, en potencia todos ellos ya te pertenecen, si bien no solo se vive de potencias. Un buen lector sabe que los libros son recomendación, azar o tiempo suficiente y que la certeza de no poder jamás cerrar su oficio no es una derrota. Del mismo modo, si bien lo miras, también llevamos la potencia de conocer tantas cosas –la bondad del verbo, la injusticia de los años, la belleza con su fuga- que habernos conocido, como quien descubre un gran libro, fue a lo primero una fecunda disposición. Por ello, si un día se borrase nuestra historia, por breve que haya sido, y se quedase ella sin su fecha y sin atavíos, si un día se avenasen las aguas de la fuente, quisiera que guardases siempre claro el sentimiento. Y que sean el pasado o el olvido donde quieran, que nuestra copa ya está hecha y pronta para el curso.
      Leí, hace tiempo, cierto poema sobre una ermita austera y solitaria en una yerma lejanía, ya olvidada de lo humano y sueño de poeta. En cierto momento rezaba: “en esta pequeña iglesia cabe un dios enorme”. Comprendí entonces, antes por inclinación que por mi fe marchita, que todo cuanto de verdad importa tiene su lugar aunque no tenga su espacio, que un día nos iremos sin haber leído todos los libros y que podríamos haber pasado nuestra vida sin habernos conocido, aunque en la oquedad que todos llevamos dentro quepan ya todos los libros y aunque dentro de mí tú tuvieras ya tu asiento.
      Reconozco que me he sonreído al leerte -”sin haberlo planeado”-. ¿Quién planea sus fortunas? ¿Quién se aventura a declarar “hoy conoceré el amor mortal” u “hoy será el eterno amigo”? La raíz de la libertad es una región abierta, derramada por todo derrotero y donde todo es horizonte, campo donde lo posible no se agota. Pero, puesto que nos hallamos arrojados en estas orfandades, es un bien que la amistad sea el hospedaje de la buena voluntad para quienes pasan por tu orilla:
“- Vengo herido, compañero.
- Tranquilo, yo pisé también aquella espina.
- Mi dolor, ¿es verdadero?
- Lo es. Padece quien vive y sana quien camina.
También tiene tierra el mar.
Compañero, ya solo te queda caminar.

      Por eso te dije alguna vez: “ve lentamente hacia ti misma”, porque no hay mayor continente ni mejor aventura que la de uno mismo. Porque sé que la belleza de conocerse es tan íntima que su encuentro solo te pertenece a ti, bien que sea la de cada uno una reconquista imposible y sin victoria. Pero también sé que una persona en su soledad es demencia entera. Quien se sostiene a solas acaba por pensar en un silencio ahíto de quimeras, en la autarquía de sus pensamientos, que el mundo no existe, que toda esta procesión de variadas luces y cuerpos desiguales no es sino una ensoñación ridícula, que todo merece un gesto burlón y la ceguera decidida. Al tiempo, más honda la locura, puede deducir incluso que es él el que jamás existió ni pisó su sombra y que al morir suyo se acabaría con él el mundo. Hoy que te escribo creo que todo cuanto no somos nosotros mismos existe para no perdernos, para no olvidarnos nunca de nosotros, para no desvariar en este reverbero de ecos, de espejos y de memorias convocadas a su disolución, siempre en fuga entre lo que fuimos, el yo que espera y el tú imposible.
      Supongo que sabes cuánto significa el encontrar un poco de nosotros en los demás, sin pensar que ha de ser ello una pobreza, azogue extraño de los padres, del hermano, del hijo, del amigo. Porque me enseñaste algunos de mis cimientos olvidados, te di lo que tenía: la palabra medicinal, la literatura que me ha instruido y la que yo forjé en algún verso malandado, el agua de la fuente y la sed del caminante. Te di lo que tenía porque no era mío, porque no me pertenece nada de lo que sé. Porque lo que hayas tomado ya era tuyo mucho antes.


Sin más, espero el día en que no necesitemos escribirnos.

May Vallejos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario