Querida
Belén,
Es tan
difícil ser escritor cuando todo el mundo escribe y la amistad ha
sido siempre un objeto tan frágil y escondido, sujeto al rumbo de
tantas encrucijadas y vicisitudes, que se me presenta ahora como un
honorable desafío la ocasión de que te escriba como escritor lo
mismo que un amigo. Pero porque no queden sin respuesta tus palabras,
cariñosas y sentidas ya para el tesoro de lo mío, y porque ellas no
parezcan aquí, ante la publicidad de tantos, el volunto caprichoso
de un día cualquiera o impostura de un entusiasmo juvenil, sino que
por demostrar su hontanar sincero te escribiré lo mejor que sepa lo
que ya sabemos.
Rescatas
una fecha. Si te convenzo, olvídala luego. Entre mis versos
preferidos, unos de tantos que ya te he compartido, tiene un altar
aquel de... Bueno, digamos el pecado y dejemos en su paz al pecador:
“la
fuente serena,
borrada
la historia,
contaba
la pena.”
Como
quiera que los poemas son hogares con varias puertas, este era para
mí una humilde lección de cuanto se acrisola con su tiempo. Era
para mí la metáfora de un surtidor de agua perpetua y renovada en
la que se dibujasen nuestras leyendas desnudas de sus contingencias,
de la misma manera en que el sueño limpia de rencores los rostros
infantiles. Aniversarios, conmemoraciones, números, historia los
construyen quienes buscan rendir cuentas, quienes no saben cómo
salvarse de una fundación. No nos debamos nosotros a un principio.
Si bien lo miras, todos los libros del mundo, a ti para quien tanto
significan, en potencia todos ellos ya te pertenecen, si bien no solo
se vive de potencias. Un buen lector sabe que los libros son
recomendación, azar o tiempo suficiente y que la certeza de no poder
jamás cerrar su oficio no es una derrota. Del mismo modo, si
bien lo miras, también llevamos la potencia de conocer tantas cosas
–la bondad del verbo, la injusticia de los años, la belleza con su
fuga- que habernos conocido, como quien descubre un gran libro, fue a
lo primero una fecunda disposición. Por ello, si un día se borrase
nuestra historia, por breve que haya sido, y se quedase ella sin su
fecha y sin atavíos, si un día se avenasen las aguas de la fuente,
quisiera que guardases siempre claro el sentimiento. Y que sean el
pasado o el olvido donde quieran, que nuestra copa ya está hecha y
pronta para el curso.
Leí,
hace tiempo, cierto poema sobre una ermita austera y solitaria en una
yerma lejanía, ya olvidada de lo humano y sueño de poeta. En cierto
momento rezaba: “en esta pequeña iglesia cabe un dios enorme”.
Comprendí entonces, antes por inclinación que por mi fe marchita,
que todo cuanto de verdad importa tiene su lugar aunque no tenga su
espacio, que un día nos iremos sin haber leído todos los libros y
que podríamos haber pasado nuestra vida sin habernos conocido,
aunque en la oquedad que todos llevamos dentro quepan ya todos los
libros y aunque dentro de mí tú tuvieras ya tu asiento.
Reconozco
que me he sonreído al leerte -”sin haberlo planeado”-. ¿Quién
planea sus fortunas? ¿Quién se aventura a declarar “hoy conoceré
el amor mortal” u “hoy será el eterno amigo”? La raíz de la
libertad es una región abierta, derramada por todo derrotero y donde
todo es horizonte, campo donde lo posible no se agota. Pero, puesto
que nos hallamos arrojados en estas orfandades, es un bien que la
amistad sea el hospedaje de la buena voluntad para quienes pasan por
tu orilla:
“-
Vengo herido, compañero.
-
Tranquilo, yo pisé también aquella espina.
- Mi
dolor, ¿es verdadero?
- Lo
es. Padece quien vive y sana quien camina.
También
tiene tierra el mar.
Compañero,
ya solo te queda caminar.”
Por
eso te dije alguna vez: “ve lentamente hacia ti misma”, porque no
hay mayor continente ni mejor aventura que la de uno mismo. Porque sé
que la belleza de conocerse es tan íntima que su encuentro solo te
pertenece a ti, bien que sea la de cada uno una reconquista imposible
y sin victoria. Pero también sé que una persona en su soledad es
demencia entera. Quien se sostiene a solas acaba por pensar en un
silencio ahíto de quimeras, en la autarquía de sus pensamientos,
que el mundo no existe, que toda esta procesión de variadas luces y
cuerpos desiguales no es sino una ensoñación ridícula, que todo
merece un gesto burlón y la ceguera decidida. Al tiempo, más honda
la locura, puede deducir incluso que es él el que jamás existió ni
pisó su sombra y que al morir suyo se acabaría con él el mundo.
Hoy que te escribo creo que todo cuanto no somos nosotros mismos
existe para no perdernos, para no olvidarnos nunca de nosotros, para
no desvariar en este reverbero de ecos, de espejos y de memorias
convocadas a su disolución, siempre en fuga entre lo que fuimos, el
yo que espera y el tú imposible.
Supongo
que sabes cuánto significa el encontrar un poco de nosotros en los
demás, sin pensar que ha de ser ello una pobreza, azogue extraño de
los padres, del hermano, del hijo, del amigo. Porque me enseñaste
algunos de mis cimientos olvidados, te di lo que tenía: la palabra
medicinal, la literatura que me ha instruido y la que yo forjé en
algún verso malandado, el agua de la fuente y la sed del caminante.
Te di lo que tenía porque no era mío, porque no me pertenece nada
de lo que sé. Porque lo que hayas tomado ya era tuyo mucho antes.
Sin
más, espero el día en que no necesitemos escribirnos.
May Vallejos.
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