viernes, 12 de octubre de 2012

I


Leer no es bueno. De verdad, muy bueno no es. Uno lee por divertirse, por escaparse de lo cotidiano, por conocer, por recordar, y por tantas otras razones, que bueno, pero sea como fuere, al final uno acaba sabiendo demasiado. Cualquier cosa en exceso, por definición, es mala, y el exceso de leer, o saber, como se quiera, para mí es lo mismo; casos hay que es la locura. No es que los locos sean sabios, que los caminos para la locura son muchos, pero los sabios deben de tener notables visos de loco, si no por fuera, al menos por dentro en procesión. Ahora me vienen unas barbas diciéndome al oído que el hombre necesita por naturaleza saber. No sé yo. Uno lee de niño, y uno lee inocente, febril, áureo. Uno lee de mayor, y eso es otra cosa. Conque el lector tenga la mitad del seso despierto, la otra mitad se la desperezarán los mismos libros. Y, bueno, espero que hasta aquí se haya sobreentendido que cuando digo “libros” me refiero también a cualquier medio de conocimiento, que cuando las primeras madres del mundo espetaron los cuentos primigenios a sus hijos, no había libros, y aún así había cosas que aprender avant la lettre. Uno lee ya viejo, y se da cuenta de que han sufrido por amor y por igual, corazones rotos, una enjaezada y vana dama decimonónica como un campesino chino de hace tres mil años, de que siempre habrá madres que pierdan a sus hijos en la muerte o en el horizonte de un viaje, de que el eco de los cielos, con sus lunas, sus estrellas y sus trapos, ha sido también el mismo tanto para el astrónomo egipcio como para el pastor alpino, de que la mar embravecida y avarienta se ha devorado tanto al pirata inglés como al pescador sudafricano, de que con hormigas jugaban los críos romanos y los nipones, de que siempre habrá niños que, sueño sobre ruedas, ladeen la cabeza, párpados cayendo, y como por relámpagos se desvelen para volverse a dormir, de que siempre pulularán la turba de pecados por nuestros corazones, yo qué sé. De tanto leer, al final, uno se da cuenta de que hay una partícula de todo en todas partes, como si Dios, omniprepotente, hubiera vertido un polen humano, demasiado humano, que florece cuando se enciende la lluvia porque el viento cesa. 

1 comentario:

  1. Primera prosa del blog, ¡por fin! Variando, que es gerundio, tanto para la propia página como para ti también, que hasta ahora solo habías sacado tu faceta de poeta. Aparte de que comparto lo que dices (¿y qué amante de la literatura no lo haría?), se nota que es un texto muy personal. Hay quien divaga por divagar sin sentir nada. Así que, nada, ánimo con las siguientes publicaciones ^^

    ResponderEliminar