sábado, 17 de febrero de 2018

Ciclo de sonetos del tránsito


Este conjunto de sonetos lo confeccionó el joven José María como un "ciclo" que debería, al menos, recoger algunas de sus vivencias cuando salió de Granada. Vuelve sobre sus temas preferidos y recurre a una densidad semántica que se refuerza en las recurrencias del conjunto de los cuatro poemas. Sea como fuere, no sabría decirles quién es el destinatario del tercer soneto -alteridad de sí mismo o invención poética inspirada en el romancero nuevo-, puesto que nunca volvió a su ciudad natal. Lo cierto es que recoge de nuevo algunas de sus imágenes y lexías para una nueva singladura formal donde las arquitecturas de sentidos se complementan entre sí. 

I
Yo, entonces, me soñaba tantas veces,
siembra de pensamientos sin cosecha
que esperan con las manos una fecha
por entre un mar escuálido de peces

y oscuridad despierta. Inercia. Creces;
y el alma entre las sábanas deshecha
y arrojada; y la travesía estrecha
que nunca te saciaba. Más no reces:

cada noche serás un extranjero;
y el tiempo, dando al río su sonido,
ayer, como mañana, fue venero

por la tierra de lo que siempre has sido.
Y un día llegarás por el sendero
vencedor de ti mismo y del olvido

II
Amigos, hemos ido por sus calles
tantas veces: su fuga en las montañas,
la alcazaba morisca, las extrañas
huellas, mi historia limpia de detalles

y enemigos. Memoria, no me falles:
lecturas, maestros, héroes sin hazañas
y el alma floreciendo en las entrañas,
mis viajes, reverberos por los valles

escondidos y ver soles ajenos
cada noche, últimos hogares, nombres.
El tren. Distancia y sueño en la ventana.

No podemos llevarnos el mundo. Hombres
somos. Y nada más y nada menos.
Palabras... ¡Amigos! ¡Siempre es mañana
o nunca! Mi Granada...
¡Granada de los buenos!, tierra adentro:
todo es irse, marchar sin ti, sin centro.

III
Cuando llegues, compañera, rendida
por el recorrido arduo y los errores,
allí donde se templan los albores
en el poniente de la mar vencida,

donde el puerto recluido y las barriadas
bigarradas, allí verás mi tierra
y el mar como una herida que no cierra
y un resto de colinas olvidadas.

Mira y cruza. Descansa en su bahía
y, mientras recordamos nuestra triste
ausencia, dile al acabar el día,

ante el océano en levante y en pedazos,
con la sal en los labios, que volviste 
como la hija que vuelve hacia los brazos. 

IV
Amor, para quererte te he encontrado
tantas veces. He andado por las frías
noches en las arboledas vacías,
hechas de mí por alguien ya pasado.

Porque para quererte te he perdido
cada día por mis tierras heridas
y un hondo sueño de aves no cumplidas
donde nunca volvías de mi olvido.

Te he buscado bajo la luz dormida,
en el verso temprano, en la mar pura,
entre las rosas de mi sangre oscura.

Y si es que yendo hacia ti he de perderte,
te crearé en mi soledad vencida
una y otra vez, aunque jamás despierte.

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