Casi todas las lenguas saben amar, pero sólo la española sabe querer. De latines viene la cosa, como todo. Los europeos, siempre tan enseñoreados de egolatría, dicen "yo te amo", a lo que sólo podremos responder con "yo te imito" -que en latín "amar" e "imitar" son espejos-. En cambio, aquí se nos cae de la boca el "te quiero", que es como decir "te busco" -y apurando es casi como decir "te ruego"-; porque el español, siempre de camino en estos páramos de bandoleros y conquistadores, sabe mejor que el europeo que el amor, como dios, nunca se encuentra. También es esta tierra de ascetas y místicos caballeros de la fe. Por eso escribía mi maestro
Por todas partes te busco
sin encontrarte jamás,
y en todas partes te encuentro
sólo por irte a buscar.
De ahí también que, en la agonía de su infinitud, el español fácilmente desista de querer y caiga en el odio de Caín.
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